Recientemente he tenido que usar los servicios privados de una profesional. Al estar colegiada, los servicios han sido gratuitos. Aún así, y a pesar de que la atención ha sido telefónica y vía mail, me he sentido tan bien atendida y escuchada, que estoy agradecía hacía esa persona y he pensado en cómo podía hacérselo saber.
Eso me ha llevado a pensar en el eterno dilema de las propinas, las voluntarias y las obligatorias. Como las americanas, que me hacían dudar con porcentajes y cómo darlas.
O a nivel laboral, la diferencia entre la empresa privada y la pública, y llevado al extremo, un funcionario.
Hay puestos de trabajo en los que no importa lo bien que lo hagas o lo mucho que sepas. Siempre cobrarás a fin de mes y nunca te faltará el trabajo.
Y aún así hay gente que prefiere intentar hacerlo bien. No sin cierta rebeldía ocasional.
El hermano del hijo pródigo se rebeló de manera legítima, a mi parecer.
¿Cómo es posible que haya gente que intente hacer las cosas bien, siempre esté allí, a las duras y a las maduras, y otros individuos, mediocres y vagos, sean recompensados de igual manera?
A pesar de que tenemos mucha suerte de tener cubiertas y garantizadas algunas necesidades básicas, no puedo dejar de rebelarme, de vez en cuando, contra un estado PATERNALISTA.
Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.