Hace unas horas (hace unos días ya) he leído los diarios de prácticas de la carrera de Enfermería que mi hermana entrega a su tutora semanalmente.
La culpa ha sido mía, por pedirle con verdaderas ansias que como mínimo una vez a la semana me tenía que hacer un croquis de lo que veía en el hospital, para mantenerme un poquillo fresca. Digo la culpa, porque solo empezar a hablar del tema, me he muerto de la envidia o de la pena. Extraño el ambientillo. Y es bueno.
El caso es que he empezado a leer, amb algun sobtat mal d’ulls, pero me he quedado fascinada con el estilo y la naturalidad con que mi hermana narraba el día a día.
La relación con su supervisora, que es un sol pero con carácter (tipiquísimo de las enfermeras veteranas, son la leche), la vergüenza y el miedo y pánico que dan los compañeros enfermeros, médicos o los pacientes. Y sobretodo estos últimos.
Leer como la empujaban a hacer las cosas por sí sola, a asumir responsabilidades, a cagarla bajo la mirada de seis ojos, dos de los cuales eran del propio paciente cagándose en ella. Ver como se daba cuenta de cosas que los demás no y se sentía genial o como la corregían y se desanimaba y se tragaba su orgullo.
Resulta que estaba rotando por transplantes y había algún paciente con cáncer y algunos se han muerto ya en lo que lleva allí. Y escribía que qué lástima cambiar de pasillo o de planta, que son sus pacientes. Y muy cautelosa seguía después que sabía que había que mantenerse al margen, que no quería llevarse problemas a casa. Y con ellos te encuentras desde el primer día que pones el pie en un hospital, ya sea en bata blanca o en pijama.
Pero recalcaba, qué suerte esos pacientes que, a pesar de que lo que les estés pinchando sea quimioterapia o les petes alguna vena, te sonríen y te dicen “Venga niña, que sino cómo vas a aprender. ¡Sin miedo!”
Parece mentira, que siendo campo tan sensible como es el de la salud, la mejor manera de que los polluelos aprendamos algo útil sea cogiendo el toro por los cuernos.
Pero aprendes (y los medicuchos casi nada en comparación con enfermería), vas perdiendo el miedo (nunca todo) y empiezas a difuminar el sentimiento de pena y compasión para trabajar el borrón y cuenta nueva, que la vida pasa rápido y la muerte está al final.
Tengo unas hermanas que valen un imperio. Yo hago lo mismo, pero por dentro. Más por dentro.
Thank you! 🙂