Hace unos cuantos fines de semana tuve la suerte de poder ir a la Casa Museo de Sigmund Freud, que pasó sus últimos años de vida en el norte de Londres, como tantos otros muchos refugiados judíos.
En una área residencial poblada, diríamos, por clase alta, se esconde la casita en cuestión. ¡Qué impresión entrar en una casa con tantos años e historia! Parcialmente amueblada al estilo de los dueños, que de austero tenía poco, a uno se le llenan las narices de polvo e historia.
Y es que Freud era una amante empedernido de la paleontología y su estudio-despacho es un reflejo de ello. En esa pasión encontró un paralelismo con la mente humana, en la que existen capas y capas, y si se exacaba, se encuentra el inconsciente, que, según Freud, puede estar reprimido por la misma mente, que no quiere tener en primera fila ningún pensamiento aterrador.
Se trasladó con casi TODAS las figuras, piedras, bustos y muebles de su casa de Viena y con ellos, su famoso diván, donde sus pacientes se someterían a psicoanálisis. El psicoanalista, Freud, y más tarde su hija Anna Freud, se situaban fuera de la vista del paciente, para que este abriera su insconciente sin prejuicios, curando así sus más oscuros miedos.
Continue reading “Freud”