El sábado pasado iba paseando por la orilla del Regent’s Canal, con los huesos contraídos (sí, hasta el tejido óseo se me contrae) por el frío y la humedad, cuando de golpe me topé con esta preciosa imagen asomando desde la ventilla de una barquillo de aspecto lúgubre.
Me entraron una ganas locas de echarle una foto a la escena así que tuve que tirar de la prestada cámara de una Blackberry (pésima calidad). No preguntéis porqué, pero una ganas locas.
Me recordaba a mi abuela Adela y la cocina de atrás de su casa y también a algunos cuadros de mi hermano. Me parecía bello. Muy bello.
Un rato después, con una conversación de fondo, me zumbaba en la cabeza el pensamiento de cómo era posible que hubiera en ese lugar un bodegón tan perfecto, tan idílico, a pesar de que el interior se veía tétrico a más no poder.
¿Cómo se podían tener pimientos, calabazas y una balanza tan bien puestos y a juego, posando sobre un hule a cuadros dentro de un barquito amarrado a la orilla de un paseo y todo ello ser una coincidencia?
Bodegones. Según la RAE, composiciones pictóricas que presentan en primer plano alimentos o flores, junto con útiles diversos. O naturaleza muerta. O cosa más antinatural o falsa no se ha visto. Porque es una composición, un querer hacerlo bello.
Bodegones de mentiras o maquillaje de verdades, solo nos engañamos a nosotros mismos.