Ante la evidencia de mi barriga embarazada en el inusual marco de un festival de música, la amiga de un conocido que me acabaron de presentar junto con su marido, me preguntó que cómo me encontraba y cómo llevaba el embarazo en general.
Yo le dije lo de siempre, que al principio fatal, que ahora mejor, pero que el miedo y las inseguridades siempre están ahí y que espero que todo vaya bien. Qué le voy a decir…
Con la misma libertad con la que ella lo hizo, yo le pregunté si ella quería tener hijos. Y abiertamente me dijo que no. Que se lo habían pensado, que pasaba los 35 y que, aunque siempre existiría la posibilidad de que se arrepintiera, le gustaba la vida que llevaban ella y su marido, tal y como era.
Y yo pensé para mi, y le dije a ella también, ¡Ole tú! Y empecé con la verborrea de lo feliz que me hace de que las mujeres, cada vez más y en más lugares del mundo, podamos escoger si queremos o no ser madres.
Irónicamente salen más de la boca de víboras los típicos tópicos tales como… “¿Y para cuando los hijos”, “Y a que estáis esperando”,” se te está pasando el arroz”,”Es lo mejor del mundo, no sabes lo que te pierdes”… Que si una mujer como Dios manda y su familia, las superwoman o el sagrado instinto maternal…
Me gusta pensar que la gente cree que soy mucho más que un útero andante. Nacer mujer no es nacer madre y nadie tiene que darlo por hecho.
Hay gente que no se da cuenta que cada persona y relación es un mundo y que pueden haber problemas, miedos, vocaciones, convicciones o todos a la vez, que lleven a esa persona o pareja a tomar la decisión que les sale de los… hemisferios cerebrales.
Las mujeres reales somos todas.
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